EL HOMBRE DEL SACO
Había un matrimonio que tenía tres
hijas y, como las tres eran muy buenas y trabajadoras, les regalaron un anillo
de oro a cada una para que lo lucieran como una prenda. Un buen día, las tres
hermanas se reunieron con sus amigas y, pensando qué hacer se dijeron unas a
otras:
-Pues hoy vamos a ir a la fuente.
Era una fuente que quedaba a las
afueras del pueblo.
Entonces la más pequeña de las
hermanas, que era cojita, le preguntó a su madre si podía ir a la fuente con
las demás; y le dijo la madre:
-No, hija mía, no vaya a ser que
venga el hombre del saco y, como eres cojita, te alcance y se te lleve.
Pero la niña insistió tanto que al
fin su madre le dijo:
-Bueno, pues anda, vete con ellas.
Y allá se fueron todas. La cojita
llevó además un cesto de ropa para lavar; al ponerse a lavar se quitó el anillo
y lo dejó en una piedra. En esto que estaban alegremente jugando en torno a la
fuente cuando, de pronto, vieron venir al hombre del saco y se dijeron unas a
otras:
-Corramos, por Dios, que ahí viene
el hombre del saco para llevársenos a todas –y huyeron a todo correr.
La cojita también huyó con ellas,
pero por culpa de su cojera se fue retrasando; todavía corría para alcanzarlas
cuando se acordó de que se había dejado el anillo en la fuente. Entonces miró
para atrás y, como no veía al hombre del saco, volvió para recuperarlo; buscó
la piedra, pero el anillo ya no estaba en ella. Empezó a mirar por aquí y por
allá por ver si había caído en alguna parte. Entonces apareció junto a la fuente
un viejo que la cojita no había visto nunca antes y al que preguntó:
-¿Ha visto usted por aquí un anillo
de oro?
Y le viejo le respondió:
-Sí, en el fondo de este costal está
y ahí lo has de encontrar.
Con que la cojita se metió en el
saco a buscarlo sin sospechar nada y el viejo, que era el hombre del saco,
cerró el costal, se lo echó a la espalda con la niña dentro y se marchó camino
adelante, pero en vez de ir hacia el pueblo de la niña, tomó otro camino y se
marchó a un pueblo distinto. Iba el viejo de lugar en lugar buscándose la vida,
así que por el camino le dijo a la niña:
-Cuando yo te diga: “Canta, saco, o
te doy un sopapo”, tienes que cantar dentro del saco.
Y ella contestó que bueno, que así
lo haría.
Fueron de pueblo en pueblo y allí
donde iban el viejo reunía a los vecinos y decía:
-Canta, saco, o te doy un sopapo.
Y la niña cantaba desde el saco:
-Por
un anillo de oro
que en la fuente me dejé
estoy metida en el saco
y en el saco moriré.
Y el saco que cantaba era la
admiración de las gentes, que echaban monedas al viejo y le daban comida.
En esto que el viejo llegó con su
carga a una casa donde era conocida la niña, aunque él no lo sabía; y, como de
costumbre, puso el saco en el suelo delante de la concurrencia y dijo:
-Canta, saco, o te doy un sopapo.
Y
la niña cantó:
-Por
un anillo de oro
que en la fuente me dejé
estoy metida en el saco
y en el saco moriré.
Así que oyeron en la casa la voz de
la niña, corrieron a llamar a sus hermanas. Cuando éstas llegaron y
reconocieron la voz, le dijeron al viejo que ellas le daban posada aquella
noche en la casa de sus padres. El viejo, viendo la oportunidad de cenar de
balde y dormir en cama, se fue con ellas.
Con que llegó el viejo a la casa y
le pusieron la cena, pero no había vino en la casa, así que le dijeron:
-Ahí al lado hay una taberna donde
venden buen vino; si usted nos hace el favor, vaya a comprar el vino con este
dinero que le damos mientras terminamos de preparar la cena.
Y el viejo, que vio las monedas, se
apresuró a ir por el vino pensando en la buena limosna que recibiría. Cuando se fue, los padres sacaron a la niña
del saco, que les contó todo lo que le había sucedido, y luego la escondieron
en la habitación de las hermanas. Para que el viejo no la viera. Después,
cogieron un perro y un gato y los metieron en el saco en lugar de la niña.
Al poco rato volvió el viejo, que
comió y bebió y después se acostó. Al día siguiente, el viejo se levantó, tomó
su limosna y salió camino de otro pueblo.
Cuando llegó, reunió a la gente y
anunció como de costumbre que llevaba consigo un saco que cantaba y, lo mismo
que otras veces, se formó un corro de gente, recogió algunas monedas y dijo:
-Canta, saco, o te doy un sopapo.
Mas hete aquí que el saco no
cantaba, y el viejo insistió:
-Canta, saco, o te doy un sopapo.
El saco seguía sin cantar y la gente
ya empezaba a reírse de él y también a amenazarlo.
Por tercera vez insistió el viejo,
que estaba más que escamado y pensaba en el buen escarmiento que le daría a la
cojita si ésta no abría la boca:
-¡Canta, saco, o te doy un sopapo!
Y el saco no cantó.
Así que el viejo, furioso, la
emprendió a golpes y patadas con el saco gritándole que cantase, pero sucedió
que, al sentir los golpes, el gato y el perro se enfurecieron y empezaron a
maullar y ladrar. Cuando el viejo abrió el saco para ver qué era lo que pasaba,
el perro y el gato saltaron fuera del saco. El perro le dio tal mordisco en las
narices que se las arrancó y el gato le llenó la cara de arañazos.
Las gentes del pueblo, pensando que
se había querido burlar de ellas, le midieron las costillas con palos y varas,
y salió tan magullado que todavía hoy lo andan curando.
Y colorín colorado, este cuento se
ha acabado.
EVALUACIÓN DE
APRENDIZAJE
https://es.educaplay.com/recursos-educativos/12331617-el_hombre_del_saco.html
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